Mi patria es mi infancia



"Mi patria es mi infancia"
. Así lo expresó un sabio y yo hago mia esta frase. Mi infancia fue feliz y me siento orgulloso de haberla vivido en Mosqueruela. Por ello me considero chinchirino de corazón y he creado este blog para rescatar la Mosqueruela de antaño, la que guardo en mis recuerdos y que me gustaría compartir con todos aquellos que, como yo, llevan a Mosqueruela en el corazón.



lunes, 22 de julio de 2013

En una cantera de Mosqueruela


Vicente Monforte Zafón es uno de los más destacados empresarios de la piedra de Mosqueruela. Conoce a la perfección este negocio, pues se dedica a él desde que, en los años 80, se comenzaran a explotar las primeras canteras. Amablemente aceptó acompañarme a visitar algunas explotaciones, pues mi intención era conocer de primera mano la otra versión de una actividad que en Mosqueruela es, junto con el turismo, un importante motor de crecimiento, pero que en los últimos años está siendo cuestionada por algunos colectivos ecologistas.

Vicente Monforte Zafón en una zona rehabilitada de su cantera en El Boiro (Mosqueruela).

Mientras nos dirigimos con su todoterreno hacia la zona de El Boiro, donde se ubica una de sus canteras, Vicente me cuenta como empezó todo a principios de los años 80.


"Las primeras canteras tendrán más de 30 años. Al principio se empezó a sacar losa donde se veía más fácil, únicamente con picos y prepalos, no había maquinaria de ningún tipo. Las piedras se amontonaban donde pudiera entrar un camión y se cargaba sin paletizar ni seleccionar. Todo se hacía a mano y era mayormente piedra delgada, con un grosor máximo de 8 cm., pues ahora se aprovecha mucho más. El problema que teníamos entonces era que a medida que vas avanzando en el terreno, normalmente la piedra se va metiendo hacia abajo y hay más escombro encima. Eso hacía muy costosa la extracción y se abandonaban pronto. Entonces, los años 80, apenas había regulación y la demanda no era ni por asomo la de más tarde, con el boom inmobiliario. Después, cuando empezó a valerse la losa, ya se invirtió en maquinaria (excavadoras y vehículos), aunque así y todo sigue siendo una industria intensiva en mano de obra."


Según Vicente, en la actualidad existen unas 10 empresas localizadas en el pueblo y pueden emplear en temporada alta unas 150 personas. Una cifra importante, teniendo en cuenta los habitantes de Mosqueruela (625 según el censo de 2011). No es de extrañar que se tuviera que recurrir a trabajadores de fuera para cubrir las necesidades de mano de obra.

"en un principio eran marroquíes y rumanos, pero ahora casi todos son pakistaníes, aunque también hay del pueblo. Ten en cuenta que algunas de las empresas que se dedican a esto son cooperativas, socios trabajadores, porque el ayuntamiento exige por ley que seas una cooperativa para concederte un permiso de explotación en sus terrenos"


Llegamos a la cantera y aparcamos el coche en una gran explanada de tierra y piedras. Su tonalidad ocre destaca entre el verde de los pinos como si fuera un bancal recién roturado.


"Aquí hace tres años había una cantera. Se tapó con los escombros que sobraron y se cubrió con la tierra fértil que se apartó en su momento. Ahora, si te fijas, ya se ven pequeños pinos. Han salido solos, no hace falta plantarlos. Con la tierra removida debajo desarrollan pronto la raíz y crecen rápido: en quince años esto será bosque. La propia naturaleza se encargará de ello."

Vicente me enseña la zona donde están trabajando ahora y me explica todo el proceso.

"Con la excavadora abrimos el terreno, retirando antes la flor de la tierra, reservándola separada en un montón. Es para cuando se tenga que restaurar la cantera, taparlo todo con la misma tierra fértil que había anteriormente y facilitar el crecimiento de nueva vegetación. Una vez retirada la tierra llegamos a la losa, la abrimos y la sacamos fuera escampada para clasificarla segun grosores y paletizarla. Esta clasificación ya se tiene que hacer manualmente, utilizando la maceta y el escalpe para ir abriéndola. La zona de explotación está perfectamente delimitada, pues el ingeniero que realiza el proyecto te marca las coordenadas UTM de la superficie autorizada, y de ahí no te puedes salir ni un metro. Esto antes no se hacía así, antes te daban un punto de explotación y tú ibas trabajando alrededor de él, pero entonces había menos gente que se dedicaba a esto y no existía la tecnología de hoy, el GPS, que te marca el punto exacto."


"Además ahora está todo muy regulado y entiendo que debe ser así. Nos tenemos que ajustar a una normativa muy estricta que nos supone un elevado coste en tiempo (hasta tres años pueden tardar los trámites) y en dinero (tasas, honorarios de técnicos, avales bancarios). Y nosotros, a diferencia de otras empresas del sector minero, no recibimos subvenciones de ningún tipo., al contrario, pagamos nuestras tasas e impuestos, creamos puestos de trabajo y hemos reinvertido en el pueblo los beneficios obtenidos"

Por eso a Vicente le duelen las descalificaciones generalizadas que se hacen al sector, casi siempre desde fuera, sin conocer la realidad del pueblo ni pulsar el sentir de sus habitantes.

"La gente tiene derecho a vivir donde ha nacido y utilizar los recursos a su alcance para poder hacerlo. Aquí no hacemos otra cosa que lo que hicieron en Mosqueruela nuestros antepasados durante siglos: vivir de la tierra. Ellos pudieron hacerlo con la ganadería y la agricultura, pero a nosotros sólo nos queda esto y el turismo. Por ello somos los primeros interesados en respetar este entorno; porque sabemos que es lo único que nos puede dar de comer, y queremos transmitirlo a nuestros hijos en las mismas condiciones que lo hemos heredado de nuestros padres."


Alberto Agudo

miércoles, 17 de julio de 2013

El último macho de Mosqueruela se llamaba "Romo"




Y fue vendido en la Feria del 2007. Tenía más de 30 años, pues su dueño, Antonio Robres, lo compró en 1980 a un tratante de Castelfabib en la Feria de Cedrillas.

 El macho tenía entonces 7 años - me comenta Antonio - y estaba mucho más fuerte que ahora, ya lo ve, que lo tengo "jubilao" y solo lo gasto para la patata, poca cosa: sembrar, escardar y arrancar. Este es burrero, osea, hijo de burra, de un caballo y una burra, porque también están los yeguatos, que son hijos de yegua y burro... todos son a contrapelo, para que salga la mula o el macho. Se lo acabo de vender a Barraca, un tratante que conozco y me lo llevo a casa porque vendrán a llevárselo mañana. Me duele, pero no puede ser; cada dia veo que pierde un poco y que tendré que acabar tirándolo. Así que si puedo sacar algo por él... ¡Qué se le va a hacer, son animales!




Y mientras dice esto lanza un suspiro de apenada resignación y acaricia la frente del que fue su inseparable compañero de trabajo durante tanto tiempo. El viejo animal, ajeno a la conversación, no sabe de su triste destino. Quizá mañana ya esté en el matadero de Castellón. Agradece la caricia de su amo e inclina su cabeza con humildad mientras Antonio me cuenta:

Ahí donde lo ve, este animal ha trabajado "muchismo" y muy duro, que yo antes me dedicaba a los pinos y entonces no había pistas ni la maquinaria de ahora; todo se hacía con caballerías y había arrastres muy largos. Me acuerdo de que en el mas de Saura estábamos Antonio el herrero y yo y para bajar los pinos a los Castillicos solo hacíamos cuatro viajes en todo el día, dos por la mañana y dos por la tarde. En cada viaje, dependiendo de lo seca que estaba la madera, podías llevar de medio metro a un metro cúbico de madera ¡que pesa lo suyo!... Entonces si que estábamos los dos fuertes, no como ahora que ya somos unos viejos... Ya no habrán machos en el pueblo, este es el último que quedaba de los que han trabajado en el campo.




¡Pobre Romo! Último superviviente de aquellas caballerias abnegadas y sufridas que roturaron bancales, y acarrearon pinos; arrastraron carros, trillos, arados y llevaron en sus lomos las garbas doradas de la siega. Aquellas mulas que cuando la Estrella sus dueños engalanaban con orgullo y lanzaban al galope por las cuestas del Loreto... eran otros tiempos que ya no volverán.

Me despido de Antonio que, triste y cabizbajo, lleva del ramal por última vez a su fiel macho camino de la cuadra. Romo sigue sus pasos mansamente por la calle que antaño flanqueaban las eras. Es su último paseo por las calles de Mosqueruela.

Y mientras veo alejarse a los dos una sensación de triste impotencia me embarga, y siento en mi corazón como si me hubieran arrancado un trozo de mi Mosqueruela querida. ¡Hasta siempre, Romo!

Alberto Agudo