Mi patria es mi infancia



"Mi patria es mi infancia"
. Así lo expresó un sabio y yo hago mia esta frase. Mi infancia fue feliz y me siento orgulloso de haberla vivido en Mosqueruela. Por ello me considero chinchirino de corazón y he creado este blog para rescatar la Mosqueruela de antaño, la que guardo en mis recuerdos y que me gustaría compartir con todos aquellos que, como yo, llevan a Mosqueruela en el corazón.



lunes, 22 de julio de 2013

En una cantera de Mosqueruela


Vicente Monforte Zafón es uno de los más destacados empresarios de la piedra de Mosqueruela. Conoce a la perfección este negocio, pues se dedica a él desde que, en los años 80, se comenzaran a explotar las primeras canteras. Amablemente aceptó acompañarme a visitar algunas explotaciones, pues mi intención era conocer de primera mano la otra versión de una actividad que en Mosqueruela es, junto con el turismo, un importante motor de crecimiento, pero que en los últimos años está siendo cuestionada por algunos colectivos ecologistas.

Vicente Monforte Zafón en una zona rehabilitada de su cantera en El Boiro (Mosqueruela).

Mientras nos dirigimos con su todoterreno hacia la zona de El Boiro, donde se ubica una de sus canteras, Vicente me cuenta como empezó todo a principios de los años 80.


"Las primeras canteras tendrán más de 30 años. Al principio se empezó a sacar losa donde se veía más fácil, únicamente con picos y prepalos, no había maquinaria de ningún tipo. Las piedras se amontonaban donde pudiera entrar un camión y se cargaba sin paletizar ni seleccionar. Todo se hacía a mano y era mayormente piedra delgada, con un grosor máximo de 8 cm., pues ahora se aprovecha mucho más. El problema que teníamos entonces era que a medida que vas avanzando en el terreno, normalmente la piedra se va metiendo hacia abajo y hay más escombro encima. Eso hacía muy costosa la extracción y se abandonaban pronto. Entonces, los años 80, apenas había regulación y la demanda no era ni por asomo la de más tarde, con el boom inmobiliario. Después, cuando empezó a valerse la losa, ya se invirtió en maquinaria (excavadoras y vehículos), aunque así y todo sigue siendo una industria intensiva en mano de obra."


Según Vicente, en la actualidad existen unas 10 empresas localizadas en el pueblo y pueden emplear en temporada alta unas 150 personas. Una cifra importante, teniendo en cuenta los habitantes de Mosqueruela (625 según el censo de 2011). No es de extrañar que se tuviera que recurrir a trabajadores de fuera para cubrir las necesidades de mano de obra.

"en un principio eran marroquíes y rumanos, pero ahora casi todos son pakistaníes, aunque también hay del pueblo. Ten en cuenta que algunas de las empresas que se dedican a esto son cooperativas, socios trabajadores, porque el ayuntamiento exige por ley que seas una cooperativa para concederte un permiso de explotación en sus terrenos"


Llegamos a la cantera y aparcamos el coche en una gran explanada de tierra y piedras. Su tonalidad ocre destaca entre el verde de los pinos como si fuera un bancal recién roturado.


"Aquí hace tres años había una cantera. Se tapó con los escombros que sobraron y se cubrió con la tierra fértil que se apartó en su momento. Ahora, si te fijas, ya se ven pequeños pinos. Han salido solos, no hace falta plantarlos. Con la tierra removida debajo desarrollan pronto la raíz y crecen rápido: en quince años esto será bosque. La propia naturaleza se encargará de ello."

Vicente me enseña la zona donde están trabajando ahora y me explica todo el proceso.

"Con la excavadora abrimos el terreno, retirando antes la flor de la tierra, reservándola separada en un montón. Es para cuando se tenga que restaurar la cantera, taparlo todo con la misma tierra fértil que había anteriormente y facilitar el crecimiento de nueva vegetación. Una vez retirada la tierra llegamos a la losa, la abrimos y la sacamos fuera escampada para clasificarla segun grosores y paletizarla. Esta clasificación ya se tiene que hacer manualmente, utilizando la maceta y el escalpe para ir abriéndola. La zona de explotación está perfectamente delimitada, pues el ingeniero que realiza el proyecto te marca las coordenadas UTM de la superficie autorizada, y de ahí no te puedes salir ni un metro. Esto antes no se hacía así, antes te daban un punto de explotación y tú ibas trabajando alrededor de él, pero entonces había menos gente que se dedicaba a esto y no existía la tecnología de hoy, el GPS, que te marca el punto exacto."


"Además ahora está todo muy regulado y entiendo que debe ser así. Nos tenemos que ajustar a una normativa muy estricta que nos supone un elevado coste en tiempo (hasta tres años pueden tardar los trámites) y en dinero (tasas, honorarios de técnicos, avales bancarios). Y nosotros, a diferencia de otras empresas del sector minero, no recibimos subvenciones de ningún tipo., al contrario, pagamos nuestras tasas e impuestos, creamos puestos de trabajo y hemos reinvertido en el pueblo los beneficios obtenidos"

Por eso a Vicente le duelen las descalificaciones generalizadas que se hacen al sector, casi siempre desde fuera, sin conocer la realidad del pueblo ni pulsar el sentir de sus habitantes.

"La gente tiene derecho a vivir donde ha nacido y utilizar los recursos a su alcance para poder hacerlo. Aquí no hacemos otra cosa que lo que hicieron en Mosqueruela nuestros antepasados durante siglos: vivir de la tierra. Ellos pudieron hacerlo con la ganadería y la agricultura, pero a nosotros sólo nos queda esto y el turismo. Por ello somos los primeros interesados en respetar este entorno; porque sabemos que es lo único que nos puede dar de comer, y queremos transmitirlo a nuestros hijos en las mismas condiciones que lo hemos heredado de nuestros padres."


Alberto Agudo

miércoles, 17 de julio de 2013

El último macho de Mosqueruela se llamaba "Romo"




Y fue vendido en la Feria del 2007. Tenía más de 30 años, pues su dueño, Antonio Robres, lo compró en 1980 a un tratante de Castelfabib en la Feria de Cedrillas.

 El macho tenía entonces 7 años - me comenta Antonio - y estaba mucho más fuerte que ahora, ya lo ve, que lo tengo "jubilao" y solo lo gasto para la patata, poca cosa: sembrar, escardar y arrancar. Este es burrero, osea, hijo de burra, de un caballo y una burra, porque también están los yeguatos, que son hijos de yegua y burro... todos son a contrapelo, para que salga la mula o el macho. Se lo acabo de vender a Barraca, un tratante que conozco y me lo llevo a casa porque vendrán a llevárselo mañana. Me duele, pero no puede ser; cada dia veo que pierde un poco y que tendré que acabar tirándolo. Así que si puedo sacar algo por él... ¡Qué se le va a hacer, son animales!




Y mientras dice esto lanza un suspiro de apenada resignación y acaricia la frente del que fue su inseparable compañero de trabajo durante tanto tiempo. El viejo animal, ajeno a la conversación, no sabe de su triste destino. Quizá mañana ya esté en el matadero de Castellón. Agradece la caricia de su amo e inclina su cabeza con humildad mientras Antonio me cuenta:

Ahí donde lo ve, este animal ha trabajado "muchismo" y muy duro, que yo antes me dedicaba a los pinos y entonces no había pistas ni la maquinaria de ahora; todo se hacía con caballerías y había arrastres muy largos. Me acuerdo de que en el mas de Saura estábamos Antonio el herrero y yo y para bajar los pinos a los Castillicos solo hacíamos cuatro viajes en todo el día, dos por la mañana y dos por la tarde. En cada viaje, dependiendo de lo seca que estaba la madera, podías llevar de medio metro a un metro cúbico de madera ¡que pesa lo suyo!... Entonces si que estábamos los dos fuertes, no como ahora que ya somos unos viejos... Ya no habrán machos en el pueblo, este es el último que quedaba de los que han trabajado en el campo.




¡Pobre Romo! Último superviviente de aquellas caballerias abnegadas y sufridas que roturaron bancales, y acarrearon pinos; arrastraron carros, trillos, arados y llevaron en sus lomos las garbas doradas de la siega. Aquellas mulas que cuando la Estrella sus dueños engalanaban con orgullo y lanzaban al galope por las cuestas del Loreto... eran otros tiempos que ya no volverán.

Me despido de Antonio que, triste y cabizbajo, lleva del ramal por última vez a su fiel macho camino de la cuadra. Romo sigue sus pasos mansamente por la calle que antaño flanqueaban las eras. Es su último paseo por las calles de Mosqueruela.

Y mientras veo alejarse a los dos una sensación de triste impotencia me embarga, y siento en mi corazón como si me hubieran arrancado un trozo de mi Mosqueruela querida. ¡Hasta siempre, Romo!

Alberto Agudo

domingo, 4 de noviembre de 2012

Estampas chinchirinas: Agüelicas de Mosqueruela.








El domingo por la mañana hacía un frío que pelaba. Mientras fotografiaba la ermita del Loreto vi acercarse una anciana con paso decidido. Iba arrebujada en su bufanda, el pañuelico en la cabeza y un chaquetón de cuero sobre la bata de ir por casa. No llevaba falda, como antaño, sino un grueso pantalón de chandal comprado en el mercadillo de la plaza, mucho más práctico para un día frío y ventoso como aquel.
  
- !Hace frío¡ - le comenté cuando pasó frente a mí.

- Sí, sí... pero los animalicos tienen que comer - me contestó.

Y sin detener el paso, siguió caminando... ¡que no estaba el tiempo para tertulias con ese viento endiablado!




Yo me quedé mirándola, viendo como se alejaba por el camino del cementerio hacia los corrales del Erizal, pensando en las agüelicas de negro de mi infancia, y en que ahora, aunque hayan cambiado la vestimenta, seguían siendo las mismas... entrañables agüelicas de Mosqueruela.

¡Y por muchos años!

Alberto Agudo (publicado en mi página de Facebook http://www.facebook.com/alberto.agudo.315. Si tú también llevas a Mosqueruela en el corazón podemos ser amigos :) )

martes, 23 de octubre de 2012

Una escuela entre masías




Escuela de "El Carmen"(Mosqueruela) en  los primeros años de la década de 1940.  La ermita de "El Carmen" se encuentra en plena Sierra del Rayo y junto a ella varias masías, los niños de las cuales acudían allí a escolarizarse. 


Esta foto (publicada por Joaquín Mateo Dolz en el grupo Fotos Antiguas de Mosqueruela) ilustra perfectamente una época de nuestra historia reciente: la de la posguerra y, especialmente, el tipo de educación y adoctrinamiento que se impartía en las precarias escuelas de aquella España negra.

Detrás de las inocentes niñas y tapando la bandera de España, una gran foto de Franco parece estar vigilándolas, como el Gran Hermano de Orwell. La bandera está ladeada y el rostro del "Generalísimo" semitapado por las masovericas... era la única manera de que saliera en el encuadre. Y es que en aquellos años, recién acabada la Guerra Civil, la figura del "Caudillo" era omnipresente en toda España y llegaba hasta esta humilde escuela entre masías. Seguramente, bandera y foto colgarían en el aula, junto al crucifijo y la imagen de José Antonio y todos los días, antes de empezar la clase, los niños cumplirían el ritual de rendirles homenaje. 

Desde la foto, diecinueve rostros nos observan 70 años después. Es un día luminoso y el sol del mediodía apenas hace entornar sus ojos, que miran con decisión a la cámara. Llevan leotardos para protegerse del frío y sus vestidos, modestos y sencillos, parecen muy gastados, como si se hubieran estrenado años antes por sus madres o hermanas. Son niñas que para ir a la escuela han tenido que caminar desde sus masías, algunas durante más de una hora. Tienen la tez morena y curtida por el sol, el viento y el frío... y casi ninguna sonríe. Es más, algunas visten de negro, como si llevaran luto por algún familiar.

No fueron buenos tiempos para los masoveros aquellos años. Además de sufrir la escasez y la penuria generalizada en una España destrozada por la guerra, ellos padecieron otra no declarada y silenciada por el Régimen. La gerrilla antifranquista, más conocida como "Maquis", actuaba por la zona y los masoveros se vieron envueltos en el fuego cruzado de los guerrilleros y la Guardia Civil. Muchos, temiendo por sus vidas y por su familia, se vieron obligados a vivir en el pueblo o a emigrar, dejando abandonadas las masías y yermos los bancales. Un declive que continuó hasta la década de los 60/70, cuando la emigración generalizada hacia las ciudades acabó con un modo de vida que desde siglos había permitido prosperar al pueblo.

Escuela de El Carmen (Mosqueruela) a finales de la década de 1960. La foto es de Gonzalo Gargallo  Lipiani , que aparece abajo a la dcha. El maestro es D. Ricardo y los otros niños son Rosalía, Palmira, Elvira, Angelina y Julio, el que cuelga  con el bocadillo.

Sabemos que la escuela funcionó hasta principios de los años 70; aunque debió haber años que estuvo cerrada , sobre todo durante los de más actividad guerrillera, cuando obligaron a los masoveros a dormir en el pueblo y depositar las llaves de la masía en el cuartel. Mientras hubo niños, aquel sencillo edificio   cumplió su función educativa con las limitaciones de aquellos años, pero al quedar despobladas las masías, la escuela quedó cerrada para siempre... y el eco de los juegos de los niños ya no volvió a oírse en los prados de el Carmen.

Mirando esos rostros infantiles de hace 70 años pienso que ahora, las que vivan, serán unas venerables ancianas que mirarán hacia atrás en su vida y verán años de esfuerzo y sacrificio, años de duro trabajo para criar los hijos...y, a pesar de todo, recordarán los días de esta foto con la triste nostalgia del que sabe que no volverán nunca más.

Alberto Agudo

miércoles, 29 de agosto de 2012

Animalicos en extinción






FIESTA DE LOS PASTORES. MOSQUERUELA 2012


Estuve en la fiesta de los Pastores...y cené con ellos. Una cena "pastoril" y contundente, de dos platos. Como si viniéramos todos de guardar las ovejas en el corral después de un día agotador. Aunque la realidad era que podían contarse con los dedos de la mano los pastores "de verdad" que habían entre los casi 150 que estábamos allí.




Pero eso no importa cuando el pastoreo se lleva en el corazón o en el recuerdo, cuando forma parte de tu propia historia y la de tus antepasados... y ese era el caso de todos los presentes. Así que, cuando nos dieron la gorra "oficial" con el logotipo de los Pastores, no hubo nadie que no se la pusiera (comprobarlo en las fotos) y hasta yo mismo, que casi no diferencio una Cartera de una Ojinegra, me sentía como un auténtico pastor.




"Al año que viene que regalen el garrote" , dijo alguien, "y al próximo un zurrón" añadió otro. Y yo pensaba que si en ese momento me los dan y me ponen las ovejas delante del Pabellón, soy capaz de llevármelas hasta el mismo mas de Gil. Vease lo insensato que puede llegar a ser uno en el momento álgido de una cena.




Y es que la alegría y el buen humor que reinaba desde el principio se desparramó tras el postre, con la llegada de los licores espirituosos. La charanga "Los Espontáneos" ayudaba a caldear el corral y por un momento aquello me pareció la "Madre de todos los Bureos"... aunque faltaran las guitarras y las pastorcicas.




"¡Bicarbonato, bicarbonato!", exigió alguien con insistencia al camarero, "hay que acabarse el vino que sobra". Y con un poco de jarabe de limón, ya que no había miel, lo mezcló en un vaso con el vino y echó el bicarbonato mientras removía con la cuchara. "Hay que tomárselo bullendo, que sinó está muy malo". Así que para conseguirlo no queda más remedio que bebérselo de un trago y después, como mandan los cánones, eructar. ¡Que es muy malo retener gases!... y además te lo pide el cuerpo. "Ande esté esto, que se quite la Coca-Cola".




¡Sí señor! Hay que reivindicar el "Zarzón" como una bebida autóctona de Mosqueruela. Una tradición más de pastores y masoveros que se mantiene a lo largo de los años y que no está en extinción como algunos animalicos.




Y entre risas y cachondeo, rodeado de viejos amigos y con mi gorrica de pastor, que no me quité hasta que me fui de Mosqueruela, aquella noche me sentí como un chinchirino más, arropado por la hospitalidad pastoril de estos "animalicos en extinción". 

A todos los pastores, desde aquí, mi más sincero agradecimiento.


Alberto Agudo

jueves, 2 de agosto de 2012

Una pastora en "el Charco"




Pilar, pastora de Mosqueruela, a la sombra de los chopos junto a el Charco.



Ya me iba de Mosqueruela. Tomaba la vereda triste que lleva a Valencia después de cuatro días vividos intensamente entre pinos y masías, aspirando el aroma de la ontina, caminando junto a las viejas paredes, escuchando al cuervo lejano... y también días de reencuentro con los viejos amigos y algunos otros a los que solo conocía "virtualmente". Pero no quería partir a casa sin antes despedirme de mis amigos más ancianos: los chopos de El Plano. Allí me dirigí por la pista que desde la antigua serrería lleva hacia el Charco. Sentada a la sombra sobre una piedra me encontré con Pilar y sus cabras, que estaban apagando la sed en la menguada charca. 

Hablamos un rato y pronto salió el tema de la sequía de este año. "Está todo muy seco pues no ha llovido desde el año pasado.¡Dios quiera que no haya ningún incendio! No entiendo como tanto que estudian los sabios, que hasta han ido a la luna, y no son capaces de hacer que llueva. ¿Qué se les ha perdido allí?, más valdría que ese dinero lo emplearan en cosas de provecho".

Le doy la razón y ella sigue hablando de lo mal que está todo "mi marido impedido en la cama, que tengo que ir yo con las cabras y no nos dan ninguna ayuda del gobierno, ¡ya ve ustéd!" y sigue enumerando más desastres hasta que acaba diciendo "...pero he de decirle que después de la guerra fue peor". "Claro" le digo yo "además, con los maquis..."

Y entonces ella, levanta la cabeza, me mira cambiando el semblante y en un tono de voz diferente dice: " no me hable de maquis, que siendo yo una cria vinieron a la masía a llevarse a mi padre diciendo que ya no lo íbamos a ver más; y a mi madre y a nosotros, que éramos diez hermanos, nos encerraron en un cuarto a todos. Luego a mi padre lo soltaron, ¡gracias a Dios!, pues no era a él al que buscaban, que se habían equivocado, pero después se lo llevaron los de la Guardia Civil porque decían que ayudaba a los guerrilleros y allí casi lo matan de una paliza. Al final lo soltaron al pobrecico... ¡él no había hecho nada!".




Pasa un coche y Pilar se levanta para apartar las cabras del camino. Mientras se va le pregunto por la masía y me dice el nombre (que, por no anotarlo, ahora lo he olvidado) "... está en Nogueruelas, luego me vine a vivir aquí". Y con paso ligero, garrote en mano y una bolsa de plástico por zurrón se fue Pilar. Vestida como un hombre, pues en el campo sobra la coquetería. Y yo me quedé con un montón de preguntas por hacerle. 

¡Volveremos a vernos, Pilar. Quedan muchas historias por contar!

Alberto Agudo

miércoles, 25 de julio de 2012

Aritmética en la masía



 Foto: Mosqueruela Rural. Estrella Gómez



El día 30 de Abril de 1978 llovía en toda España y, aunque era festivo, Jerónimo Gargallo Saura, pastor de Mosqueruela, salió con sus ovejas al monte tal y como lo venía haciendo desde hacía más de treinta años, cuando siendo un niño ya pastoreaba el ganado entre lomas y barrancos mientras otros, más afortunados, podían ir a la escuela a aprender de letras y números.

Aquel día era domingo y el cielo estaba encapotado y gris. Una borrasca llevaba varios días establecida en el norte de la península y enviaba lluvias intermitentes a toda España, haciendo bueno el refrán que dice: "Marzo marcea, abril abrilea y mayo colea". De esta manera titulaban en el Abc la crónica meteorológica del día. Destacaban en ella el brusco descenso que se había producido en las temperaturas respecto a la semana anterior, mucho más cálida y soleada... pero Jerónimo Gargallo, obviamente, no consultaba la sección del tiempo en el Abc; es más, ni tan siquiera tenia una radio para oír el parte meteorológico. 


Él no lo necesitaba pues leía en las nubes los cambios del tiempo; conocía los vientos y según de donde soplaran adivinaba si traerían agua o no; sabía que cuando las moscas estaban pesadas o las ovejas se mostraban alteradas y daban saltos sin un motivo aparente era porque venían lluvias. A veces, cuando caía hollín por la chimenea o viendo como salía el humo por ella podía adivinarlo también. Había aprendido a observar los signos de la naturaleza, como generaciones de pastores antes que él y, sin ser consciente, acumulaba el saber de sus antepasados, toda una cultura oral transmitida de padres a hijos desde tiempo inmemorial.


Alrededores de Torre Nueva. Por aquí pastoreaba Jerónimo sus ovejas en el año 1979. Foto: Mosqueruela Rural. Estrella Gómez



Así pues, Jerónimo, cuando a los primeros albores del día sacó a las ovejas del corral, ya sabía que aquel domingo llovería y por eso decidió llevarlas a pacer junto a la Torre Nueva, la vieja masía que, según su nombre, en algún tiempo debió estar fortificada pero que por entonces ya estaba abandonada. "Al menos tendré un techo que me proteja cuando llueva" debió pensar mientras se dirigía hacia allí empuñando su garrote, con el zurrón en bandolera, la boina encasquetada en la coronilla y una manta sobre los hombros para protegerse del agua y el frío. 


Al poco de haber llegado a la Torre Nueva sus previsiones se cumplieron y comenzó a caer una fina y persistente lluvia. Así que Jerónimo se dirigió a la casa para ponerse a resguardo mientras las ovejas, todavía sin esquilar, pacían tranquilamente ajenas a una llovizna que parecía resbalar en sus espesos vellones. La puerta, desvencijada, estaba semiabierta y el pastor entró en la casa sin tener que buscar la llave, que seguramente guardaría el dueño oculta bajo una piedra no muy lejos de allí. Ya no era necesaria, pues la masía hacía tiempo que permanecía deshabitada y sin uso.

Pasaban las horas y seguía lloviendo. Jerónimo, acostumbrado a los anchos paisajes se aburría entre las cuatro paredes de la masía y fue entonces cuando, al ver los restos de un fuego que alguien hizo en la chimenea, se le ocurrió cojer un tizón y garabatear algo en la pared encalada. Hizo unas rayas para probarlo e inevitablemente le vino el recuerdo de sus días de escuela, cuando el maestro le sacaba a la pizarra a hacer cuentas. Fueron pocos, pero bien aprovechados, pues desde bien pequeño tuvo que ayudar al sostenimiento de la familia, aunque su padre siempre quiso que aprendiera a escribir y a hacer cuentas "para que no te engañen cuando vendas los corderos o lleves la harina al molino". Así que él fue a la escuela todo lo que pudo y aprendió con ganas a leer, escribir y las cuatro reglas.


Torre Nueva. En esta masía estuvo Jerónimo Gargallo Saura, pastor, el  30 de abril de 1979.   Foto: Mosqueruela Rural. Estrella Gómez.


Quizá fueran estos pensamientos encadenados los que llevaron a nuestro pastor a escribir lo que vemos en la foto 36 años después. Por un momento debió sentirse trasladado a la escuela de su infancia, frente a la pizarra, anotando con la tiza una división que le dicta su maestro.


Y empezó a escribir un número a voleo, sin pensar...  983245671. Era un número muy largo, de millones, y pensó que si se tratara de ovejas no cabrían en toda Mosqueruela. Decidió dividirlo por 6 y comenzó: "9 entre 6 a 1 y me quedan 3, bajo el 8 y pongo una rayita para marcar por donde voy. 38 entre 6 a 6 ......" y así  siguió hasta que al llegar al último número del cociente (el 8) se quedó sin espacio en la pared. "No pasa nada, se pone debajo y ya está la división acabada". Después quiso comprobarla y para ello tuvo que multiplicar el cociente por el divisor y sumarle el resto. Planteó la multiplicación y cuando vió que el resultado coincidía con el dividendo, él mismo se puso la B de Bien, como recordaba que hacía el maestro cuando corregía su cuaderno.


Debió quedar satisfecho Jerónimo al comprobar que la aritmética que aprendió en su infancia no se le había olvidado, pues decidió firmar para dejar constancia de que el autor había sido él: "Jeronimo Gargallo Saura a 30 de Abril de 1978"... aunque tuvo que subirse a una vieja silla para escribirlo en lo más alto, casi a la altura del techo.


Sin pretenderlo, Jerónimo, con aquel tizón en la pared encalada no solo escribió unos números al azar y resolvió una ingenua operación aritmética. Para los que miramos más allá de la fotografía, esta nos deja entrever una vida dura y esforzada en unos tiempos en que el pan se ganaba, literalmente, con el sudor de la frente. 


Tal y como se lo ganó Jerónimo Gargallo Saura, pastor de Mosqueruela.


Alberto Agudo