Mi patria es mi infancia



"Mi patria es mi infancia"
. Así lo expresó un sabio y yo hago mia esta frase. Mi infancia fue feliz y me siento orgulloso de haberla vivido en Mosqueruela. Por ello me considero chinchirino de corazón y he creado este blog para rescatar la Mosqueruela de antaño, la que guardo en mis recuerdos y que me gustaría compartir con todos aquellos que, como yo, llevan a Mosqueruela en el corazón.



miércoles, 27 de junio de 2012

La leyenda del cuervo blanco



A caballo de los años 60/70, cuando yo vivía en Mosqueruela, durante un cierto tiempo hubo un tema de conversación habitual entre los cazadores del puebloYa fuera en los bancos de casa Pascuala, lugar habitual de tertulia, o tomándose unos vinos servidos por Valentín en el bar "La Portera", siempre se acababa hablando del cuervo blanco. 

Un cuervo extrañamente blanco, albino, solía verse por estos parajes y su presencia no pasaba inadvertida pues su blancura lo delataba cuando estaba con sus compañeros de bandada. Eran muchos los que lo habían visto por los prados de San Bernabé, sobrevolando los bancales del mas de Ciprián o entre los rastrojos de El Plano. 

El insólito cuervo blanco, ademas de protagonista de estas charlas de bar, era una pieza codiciada por muchos y parece que algunos llegaron a disparar sobre él, aunque no consiguieron abatirlo pues era tan esquivo como sus congéneres de color negro.

¿Qué fue de aquel cuervo? Tengo pocos detalles de esta historia. Mi padre, que solía cazar por aquella zona y lo vio en varias ocasiones, me contó que después de unos meses desapareció y ya nadie lo volvió a ver más. 

Por eso cuando muchos años después me enteré de que en el Ayuntamiento de Puertomingalvo se exhibía un cuervo blanco disecado, pronto me vino a la mente el cuervo albino del que me hablaba mi padre: ¿sería el mismo?


Corneja negra albina (Corvus Corone) expuesta en el ayuntamiento de Puertomingalvo


En el Ayuntamiento de Puertomingalvo me informaron de que no se trataba de un cuervo, sino de una corneja (Corvus Corone) y que la encontraron electrocutada bajo un tendido eléctrico a finales de los 80. La Corneja negra, aunque de menor tamaño, es muy similar al cuervo, pues son de la misma familia y por eso no es extraño que a veces se confundan con este, sobre todo si se ven de lejos.

Estaba claro que, por la fecha, no se trataba del cuervo blanco que yo conocía, sino de otro que apareció años más tarde. Su presencia, como pasó antes, también causó el asombro de todos, hasta incluso la noticia tuvo eco en la prensa. Aquí os trascribo lo que publicaba EL PAÍS en julio de 1987:

Un ganadero localiza un cuervo blanco en Teruel. Un cuervo de color blanco ha sido localizado en el término municipal de Puertomingalvo (Teruel). El veterinario de Mosqueruela, pueblo cercano al anterior, Pedro Navarro, no podía dar crédito al descubrimiento de Francisco Gil, un ganadero de la zona, quien le avisó de la existencia del cuervo. "Cuando me lo dijeron me lo tomé a broma pero la curiosidad me llevó hasta la zona y lo ví", precisó Navarro.
El cuervo blanco ya vuela, por lo que debe tener alrededor de un mes y medio de vida. Puede vérsele acompañado de sus padres y otros tres pollos más, todos de color negro. Los expertos creen que se trata de una mutación genética, y hasta Puertomingalvo han llegado naturalistas para tomar fotografías del cuervo blanco y estudiarlo. EL PAÍS. Javier Ortega. Zaragoza. 28 Julio 1987

Sería interesante conocer esos estudios y poder ver las fotografías que, según el articulista, se hicieron. Mientras tanto nos tendremos que contentar con ver el "cuervo" blanco tras los cristales de la urna que lo protege del polvo... y yo por mi parte preguntándome si aquella ave blanca que vio mi padre no sería un antepasado de esta corneja albina. 






Alberto Agudo

viernes, 8 de junio de 2012

Regreso a la Cucharera



La Cucharera en 1996.



Hoy os tengo que contar una triste historia. Es la historia de quien va a visitar a un viejo amigo del que nada ha sabido en muchos años y lo encuentra moribundo y postrado en su lecho de muerte, abandonado por todos, sin que a nadie parezca preocuparle su triste destino.


Así me encontraba yo cuando regresé a fotografiar, tras quince años, aquella hermosa masía de la que entonces desconocía su nombre: La Cucharera. Acudí de nuevo a su encuentro porque me fascinaba su sencilla y austera belleza escondida entre los pinos, con aquel reloj de sol que, inexorable, seguía marcando las horas sobre la pared desconchada, como la cuenta atrás de una muerte anunciada


La Cucharera en 2011


El reencuentro no pudo ser más desolador. La vieja masía se había hundido. Sus huesos de madera se quebraron de viejos y carcomidos y no pudieron soportar el peso del abandono y la soledad. Algún aciago día de tormenta, la roja techumbre de tejas de arcilla se desplomó y arrastró consigo el suelo de las dos plantas. Aunque los recios muros aguantaron la embestida y todavía se mantenían en pie, dentro la destrucción era total y los escombros lo cubrían todo. 




Con el corazón encogido tomé estas fotos. Son el testimonio de la lenta y agónica desaparición de muchas masías que en un tiempo no muy lejano palpitaban de vida y ahora permanecen desoladas y cubiertas de ortigas.






La Cucharera se ha hundido, pero el reloj de sol, que nació marcando las horas de la República, sigue proyectando su sombra exacta sobre la pared desconchada.






Dentro de la casa nada queda en pie, los escombros y la ortiga lo cubren todo.




El viejo cerezo resiste junto a la era. Él, que fue testigo de los alegres dias de la trilla, ahora languidece abandonado de la mano del hombre.




En la era la hierba ha crecido y alfombrado las losas, que no se distinguen a la vista. Hace mucho que dejó de trillarse en ella.



El sauco, planta mágica, se ha extendido en un verde abrazo sobre la ladera y pronto tapará los muros de piedra seca.



... y la desvencijada puerta del corral que hace años cerró por última vez el pastor.



La hierba cubre con su manto lo que ha abandonado el hombre.



Los recios muros se mantienen en pie y de los ojos de sus ventanas parecen derramarse lágrimas de barro. La Cucharera llora por su triste destino. 



Ahora en la Cucharera reina el silencio del pinar. Ese silencio que se confunde con el susurro del viento entre los pinos y que tan solo es roto, en alguna ocasión, por el graznido lejano de algún cuervo. 


Pero hay otro silencio peor que se abate sobre esta y las demás masías. Es un silencio que crece a medida que se apagan las voces de los últimos masoveros: el silencio del olvido... y todavía está en nuestras manos el remediarlo.


Alberto Agudo